sábado, 12 de mayo de 2012

ASUNCION BALAGUER

El emotivo monólogo que le escribiera El Brujo dramatizando unas dieciséis horas de confesiones y memorias de esta gran dama de la escena, Asunción Balaguer, con sus 87 años, muy airosamente llevados, no despertó mucha expectación entre los aficionados al arte de Talía, que apenas ocupaban medio aforo del Gran Teatro cacereño. Ella, con un vestido ampliamente vaporoso, color salmón, se movía grácilmente en escena, yendo de una mesita baja, en la que jugaba con su abanico, un libreto, una foto de su Paco Rabal en el portarretrato, a otros dos sillones, por todo atrezzo: uno, permanentemente iluminado que le evocaba a un obispo y a su hierático padre, médico catalán y otro asiento cubierto, asemejando al piano de su cálida madre, mientras sonaban unos bellos compases pianísticos. Estos elementos escenográficos le daban pie para evocar su feliz infancia en una acomodada familia manresana, su primera enseñanza en un colegio de monjas; una de ellas la quería ganar para su causa, pero, según su madre “mejor te vale ser un pájaro del bosque que estar enjaulada”. Su vocación se decantó, desde los 13 años, hacia el mundo farandulero, formándose como actriz en una Escuela de Teatro catalana y después, pasados unos años, poder debutar en una modesta compañía, donde no le llegaron a dar un papelito por su bronco acento catalán; difíciles inicios actorales, por el duro contexto de posguerra, que se superaron al entrar en la importante compañía de José Tamayo, donde conoció al que sería después su querido y admirado marido, Paco Rabal. A partir de ese momento el resto de su breve monólogo, no llegó a la hora de duración, lo dedicó a evocar su vida con él: viajes, charlas de café, la Compañía teatral que ambos formaron, pues para ella “los caminos del amor se aúnan con los del arte”. Reconstruye, con cierto pormenor anecdótico, la obra que la consagró como primera actriz “El tiempo es un sueño” de H. Lenormand, haciendo teatro dentro del teatro; decía no haberse representado más, dato incierto, pues se repuso en el 2008. Contaba con vitalidad nostálgica su experiencia amorosa con el gran actor murciano, su Paco, de cuya relación recordó algunos fugaces titubeos, pero imperando siempre su dulce enamoramiento, su bondad constante y compasiva: le hizo un emotivo homenaje, pues “al lado de un gran hombre siempre ha habido una gran mujer”, pero qué poco sabemos de ellas. Habló de algunos estrenos más memorables como el de Romeo y Julieta y otros, constituyéndose en un muy calificado testigo de una larga historia interpretativa de más de medio siglo de éxitos teatrales, resultando una persona dulcemente entrañable, que ganó enseguida la simpatía del escaso público cacereño, que le tributó unos muy prolongados aplausos en un intermedio y aun más al final, puestos en pie la mayoría de los espectadores. Uno de ellos, Elpidio, se acercó a regalarle una caja de bombones, seguramente, que ella agradeció con un tierno beso. Ojala su esplendoroso ejemplo cunda entre otros famosos o famosas intérpretes que tengan el feliz acierto de contarnos teatralmente su rica y experimentada vida, de la forma tan sencillamente amena y elegante como lo hizo Asunción Balaguer, ¡Enhorabuena!

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