miércoles, 14 de noviembre de 2012

MENTIRAS VERDADERAS


Rafael Sánchez Ferlosio, Roma 1927, estudió el bachillerato en Villafranca de los Barros, lo hizo interno en un colegio de los jesuitas. 

Hijo de Rafael Sánchez Maza, fue en éste en quien se inspiró Javier Cercas para escribir su famosa  novela Soldados de Salamina. 

Su padre heredó una casa en Coria en donde Rafael Sánchez Ferlosio ha pasado grandes temporadas.

Escritor lúcido, brillante, irreductible, premio Cervantes, él se denomina como filósofo de campanario, muy poco viajero, más de pueblo que de ciudad. 

Su primer libro publicado en 1952 Industrias y andanzas de Alfanhuí,  en su dedicatoria lo define  como una historia castellana llena de mentiras verdaderas. Pero es también, en parte, una historia extremeña,  Alfanhuí viene a Extremadura, concretamente a Moraleja dónde vive su abuela.

Del capítulo X titulado: DE CÓMO ALFANHUÍ SE DESPIDÍO DE SU ABUELA Y VOLVIO A CASTILLA, extracto lo siguiente:

"Alfanhuí se calzó las alpargatas de caminante  y partió sus dineros con la abuela:

¡Adiós, abuela Ramona!

Alfanhuí tenía ahora el verano y el camino delante de sus ojos y pasó las montañas hacia el norte, a Castilla otra vez. Los caminos estaban poblados de pájaros y de caminantes. De los primeros segadores que bajaban del norte, a las cebadas tempranas; de carros de bueyes o de mulos, que paraban en los mesones de la carretera con sus cargas de carbón de encina o de alcornoque. ....

Los carboneros eran tímidos y cortos para contestar y, por andar con lo negro y porque nadie le robaba su mercancía,  se sentían menos que ningún hombre. Formaban en los mesones un grupo oscuro en un rincón, o si había otros caminantes, se salían al sereno a fumar y a mirar la luna sobre la carretera. Las mesoneras echaban el vino con desprecio, porque en el verano todos los pobretones andan sueltos por los caminos. Tampoco los segadores eran gran cosa para las mesoneras, aunque venían de más lejos. Toda era gente dura que no pedía más que vino y pagaba lo justo y traía los huesos hechos a no pedir camas ni melindres. Alfanhuí se tropezó a menudo con estos tropeles que venían, a lo mejor, con dos borricos para cuatro. Eran hombres enjutos y pequeños que traían su hoces atadas a las alforjas y sus ropas oscuras y sus camisas blancas y alegres.

Alfanhuí no había visto nada tan libre, ni tan limpio como las camisas blancas de los segadores, con sus cuellos desabrochados como la pobreza, con sus mangas infladas de viento sobre los brazos vellosos, desmedrados. 

¡Aquellas camisas blancas y la mirada triste y sufrida de los que siegan los campos de nadie!

Eran los siervos y los señores del ancho verano."








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